“Multiplicar experiencias agroecológicas debe dejar de ser la excepción y convertirse en la norma”, afirmó el profesor Arliston Faverto durante la 5ª Conferencia Global del Programa de Sistemas Alimentarios Sostenibles de One Planet Network, realizada el 27 de mayo de 2025 en Brasilia.
“Quiero agradecer la invitación de los organizadores y felicitarlos por abordar un tema tan importante. Este año celebramos los 10 años del Acuerdo de París, la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Sin embargo, debemos reconocer que los resultados no son del todo positivos: necesitamos más ambición y mejorar los caminos para alcanzar estos objetivos. Espacios como este contribuyen a elevar la calidad del debate público sobre cómo lograrlos.
El sistema agroalimentario global es hoy responsable de un tercio de las emisiones globales y también de la pérdida de biodiversidad en el mundo. En Brasil, específicamente, el sistema alimentario contribuye con tres cuartas partes de las emisiones si consideramos los efectos directos e indirectos. Incluso si logramos la transición energética —que hoy está en el centro del debate climático—, si no transformamos el sistema agroalimentario, no será posible alcanzar el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5°C. No hay respuesta posible sin una transición sostenible de los sistemas alimentarios.
Entre los cuatro sistemas de provisión esenciales para la humanidad —alimentos, movilidad, construcción y energía—, el sistema agroalimentario requiere un cambio inmediato desde la perspectiva de la sustentabilidad. En Dubái vimos este potencial, con 134 países reconociendo el rol de la agricultura para reducir emisiones de carbono y aumentar la prosperidad. Esta cuestión también fue mencionada en la declaración final del G20 y en el lanzamiento de la Alianza Global contra el Hambre en 2024, donde se destacó que la agricultura ofrece soluciones decisivas para erradicar la malnutrición, enfrentar el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y la diversificación.
Sin embargo, existe una brecha entre los discursos y la realidad. La idea central que quiero defender es que todos los actores —especialmente los agricultores y las economías comunitarias, pero también las grandes plantaciones y empresas agroindustriales—, junto a profesionales de la salud y científicos que alertan sobre la pandemia global de obesidad y enfermedades crónicas, deben converger hacia la transformación ecológica de los sistemas alimentarios.
Desde 1960, el hambre en el mundo ha disminuido de manera importante, aunque sigue existiendo y eso es vergonzoso en un mundo tan opulento. Esta victoria fue posible gracias a políticas públicas y a la investigación científica, pero hoy esos enfoques ya no responden a las necesidades actuales y deben superar lo que llamo la “triple monotonía” del sistema agroalimentario global:
- Monotonía agrícola: La Revolución Verde priorizó la eficiencia y la modificación de semillas, pero también incrementó el uso de fertilizantes y pesticidas, lo que vuelve a los paisajes agrícolas más vulnerables al cambio climático. El uso de nitrógeno, fósforo, potasio y pesticidas se multiplicó varias veces en las últimas décadas, y el mercado está dominado por pocas grandes corporaciones que condicionan a los productores.
- Monotonía ganadera: El 40% de la producción de granos se destina a la alimentación animal, y si sumamos las tierras de pastoreo, el 70% de la superficie agrícola se usa para alimentar animales. La producción avícola y ganadera está en manos de grandes industrias y es un ambiente propicio para la diseminación de microorganismos resistentes a los antibióticos, lo que preocupa a la OMS.
- Monotonía alimentaria: El 75% de las calorías consumidas en el mundo provienen de solo seis cultivos. Los ultraprocesados, basados en recetas industriales y formulaciones artificiales, ofrecen una falsa diversidad pero dependen de maíz, soja y caña de azúcar, lo que reduce la variabilidad alimentaria y contribuye a la expansión de la obesidad y las enfermedades no transmisibles.
A pesar de la diversidad técnica y de cultivos existentes, la dieta contemporánea está dominada por este sistema, que genera costos directos estimados en 12 billones de dólares anuales según la FAO, equivalentes al 10% del PBI global, incluyendo degradación ambiental, pérdida de recursos hídricos, impactos en la salud pública y pérdida de biodiversidad. Estos costos se externalizan a la sociedad y sólo existen porque no se asumen en el precio final de los alimentos.
Ya no se trata solo de un problema ambiental, sino de una falta de racionalidad económica que genera riesgos sistémicos ineludibles. Por eso, necesitamos liderar un proceso fuerte y rápido de reconfiguración del sistema agroalimentario global, poniendo en el centro dietas saludables y diversas, producidas en armonía con los territorios y los ecosistemas.
Esta reconfiguración debe enfrentar la inseguridad alimentaria y buscar un equilibrio entre soluciones inmediatas y estructurales. Entre estas últimas destaco cinco elementos:
- Fortalecer los servicios ecosistémicos: Gobiernos y agentes financieros deben considerar los servicios ambientales como un componente decisivo en la oferta de productos agrícolas. Invertir en investigación y adaptación climática es esencial para la resiliencia y competitividad global.
- Regenerar suelos degradados: Es fundamental establecer metas claras para mejorar suelos y reducir la dependencia de insumos industriales, expandiendo los bioinsumos y la agricultura regenerativa, que ya se practica en distintas regiones.
- Reducir y controlar el uso de antibióticos en la producción animal: Se necesitan metas y sistemas de monitoreo transparentes para disminuir el uso de antibióticos, reducir riesgos sanitarios y adoptar un enfoque unificado.
- Promover el acceso a alimentos frescos y reducir los ultraprocesados: Es necesario un esfuerzo internacional para disminuir el consumo de ultraprocesados y aumentar el de alimentos frescos o mínimamente procesados, aplicando impuestos a los primeros y subsidios a los segundos, como ya recomiendan organismos internacionales.
- Garantizar una gobernanza global justa: Sin instrumentos de gobernanza que reduzcan las desigualdades entre países y productores, la transición puede profundizar la exclusión. Es clave ofrecer financiamiento especial, crédito accesible y fondos internacionales que equilibren demandas ambientales y justicia social.
Cabe señalar que muchas soluciones para una agricultura baja en carbono pueden generar problemas de conservación de la biodiversidad o excluir a productores de países menos desarrollados. La buena noticia es que muchas de las soluciones ya están siendo implementadas por organizaciones de la sociedad civil, empresas y gobiernos, como muestran las experiencias premiadas en este evento.
Sin embargo, enfrentamos un paradoja: mientras se multiplican las buenas prácticas y la innovación, también aumenta el uso de tecnologías convencionales, agravando los problemas de cambio climático y erosión de la biodiversidad. El desafío principal es cambiar las reglas del juego para que las experiencias innovadoras y sostenibles dejen de ser excepcionales y se conviertan en la norma.
Nuestro rol es mostrar a la sociedad y a los tomadores de decisión el costo de la demora y la ambigüedad en la adopción de soluciones. Hace 60 años, el gran incentivo fue la expansión de la producción para alimentar a una población creciente. Hoy, la situación cambió: ya producimos suficiente alimento para todos, y la población mundial se estabilizará en las próximas décadas. La cuestión es a quién y para qué servirá ese potencial productivo.
Las directrices éticas y normativas deben cambiar: en el siglo XXI, el objetivo debe ser asegurar el acceso a alimentos sanos y producidos de manera que regeneren los ecosistemas, la vida humana y los sistemas agroecológicos. Ese es el desafío, y estoy seguro de que en estos días de conferencia podremos aportar ideas y reflexiones para acelerar este camino hacia una agricultura más sana, sostenible e inclusiva”.
Más info:
Podés ver la conferencia completa en YouTube